Los británicos habían llegado a Singapur hacía ya algo más de un siglo, a comienzos del XIX. Por aquel entonces el lugar no era más que una isla agreste, cubierta de vegetación, poblada por tigres y en la que apenas se alzaban un puñado de chozas de malayos y comerciantes chinos. Nominalmente, estaba bajo el control del sultán de Johor, cuyo reino se extendía por la punta de Malasia que parece casi tocar la isla. Sin embargo, el sultán había sido desposeído de su cargo algunos años atrás, desterrado a la vecina Indonesia por su propio hermano. Los británicos no lo dudaron: se ofrecieron a reinstaurar al sultán en su trono con una expedición armada a cambio de que este les entregase Singapur. Así se hizo, y Stamford Raffles, el primer gobernador británico de Singapur inició la construcción de un importante puerto que se alza en un enclave único. La Ciudad del León, que es lo que significa Singapur en lengua malaya, rápidamente vio un enorme crecimiento de su población gracias a la llegada de trabajadores de China, India, Malasia e Indonesia.
Tras la derrota japonesa, los descendientes de esos trabajadores no estaban ya dispuestos a seguir gobernados por unos europeos que les habían dejado en la estacada. Al otro lado del estrecho de Tuas, en Malasia, las guerrillas comunistas habían iniciado ya una lucha para expulsar a los británicos y los atentados en Singapur estaban a la orden del día. A Londres no le quedó más alternativa que darle a Singapur el derecho a tener un gobierno propio, dentro del imperio, que acabaría trayendo al poder al PAP (Poder de la Acción del Pueblo) en 1959. Su líder no era otro que Lee Kwan Yew.
En un principio, el gobierno del Padre de la Nación, era visto con desconfianza. Mientras Malasia había logrado su independencia en 1957, Singapur era aún un protectorado británico dirigido por un hombre cuyos ideales izquierdistas rozaban el populismo, aterrando a gran parte de los residentes e inversores occidentales. Por si fuera poco, Lee sabía que Singapur no podía sobrevivir solo. La isla tenía unos recursos naturales limitados y sobre-explotados, por no tener, no tenía ni agua potable. Por ello, la unión con Malasia era vista más como una imperiosa necesidad que como una necesidad ineludible. No obstante, era de imaginar que una nación como Malasia, mayoritariamente musulmana, monárquica y dirigida por un gobierno de derechas no se sintiese especialmente ilusionada con la unión. Tan sólo unos acuerdos malabares permitieron que Singapur y el norte de la isla de Borneo, hasta entonces supervisados por los británicos, se adhirieran a la Federación Malaya en 1963. Si bien las gentes del norte de Borneo eran mayoritariamente cristianas, su lenguaje y raza malaya así como su número podrían hacer de contrapeso a la gran cantidad de chinos que componían la mayoría de población de Singapur.
Lo que parecía un matrimonio de conveniencia pronto se convirtió en una enorme fuente de problemas. Entre 1963 y 1965 las tensiones entre Singapur y Kuala Lumpur fueron constantes, degenerando en un conflicto de índole económica, social, política y e incluso racial:
1- Mientras Malasia era una nación mayoritariamente malaya en la que los chinos e indios eran minoría, en Singapur el 70% de los residentes eran de origen chino, con los malayos siendo una minoría. A medida que, durante los años 60, se promulgaron una serie de leyes que claramente favorecían a los malayos, la sociedad de Singapur comenzó a volverse cada vez más crítica.
2- El malayo era la única lengua oficial de Malasia, mientras que el inglés había disfrutado de ese estatus en Singapur dado el carácter multirracial de su sociedad.
3- Tal y como era de esperar, el PAP perdió una enorme influencia y poder de decisión.
4- Singapur había vivido una paz relativa durante la década de los 50, mientras Malasia estaba envuelta en una guerra civil. Por esta razón, la economía de la isla floreció más rápida y fuerte que la malaya tras la II Guerra Mundial. Con un Singapur demasiado fuerte y pesado en la arena económica, los malayos temían que el centro de poder se desplazase allí desde Kuala Lumpur y que acabase cayendo en manos de los sino-singapureños. Ello animó al gobierno central a implementar una serie de políticas dedicadas a coartar y frenar el crecimiento de Singapur. La gota que colmó el vaso.
Los disturbios raciales no tardaron en llegar. Tras más de una treintena de muertes en Singapur, la isla fue finalmente expulsada de la federación en agosto de 1965. El parlamento malayo (con la ausencia de los representantes de Singapur) votó en un 126 a 0 por la expulsión. Así, el 9 de agosto de 1965 Singapur se convertía en el primer, y hasta la fecha, único país del mundo que obtenía la independencia oficialmente en contra de su voluntad. Sin embargo, para muchos singapureños la independencia se presentaba como un bálsamo tras los años de unión. En su famoso discurso de independencia, el Primer Ministro Lee Kwan Yew dijo: "Para mi, como ven, es un momento de gran angustia. Durante toda mi vida adulta he creído en la unión y unidad de nuestros territorios. Somos pueblos conectados por lazos geográficos, económicos e incluso sanguíneos". Las lágrimas caían por sus mejillas mientras hablaba.
Su pequeña nación se enfrentaba a un futuro bastante complicado. Apenas tenían territorio o recursos y estaban de continuo amenazados por Indonesia (que aspiraba a una unión total entre Malasia, Singapur y su propia nación) e incluso de nuevo por la propia Malasia, en donde varios políticos abogaban por una invasión de Singapur y su inclusión de nuevo en la federación con una menor cantidad de derechos y libertades. Por ello, a Singapur le interesaba hacer cuantos más amigos mejor y, al mismo tiempo, construir una industria, una economía y unas fuerzas armadas fuertes. Las tropas británicas mantuvieron su presencia en la isla hasta 1971 y ya desde 1967 Israel se encargó de entrenar al nuevo ejército singapureño que, en la actualidad, cuenta con uno de los arsenales más modernos de Asia pese a defender una pequeña isla de algo más de cuatro millones de habitantes.
Ya desde 1966 Singapur se encarga de importar petróleo de todo el mundo para refinarlo y procesarlo en sus plantas, atrayendo así a varias grandes petroleras de todo el globo y permitiéndole exportar combustible a un precio muy respetable desde su inmenso puerto. La educación siempre fue, a diferencia de en otros lugares, un pilar fuerte en el que el gobierno de Lee invirtió, pese a las dificultades, desde el primer momento. Como resultado, los jóvenes singapureños son los mejor preparados del sudeste de Asia y de los mejores del continente, habiendo también crecido en una sociedad multilingüe que tiene cuatro idiomas oficiales: el inglés, el chino mandarín, el malayo y el tamil.
Pese a todo, Singapur no puede librarse de las dificultades para obtener materias primas, especialmente de agua potable. Su gran boyancia es lo que le permite importar hasta un 75% del agua que beben sus habitantes (principalmente desde Malasia) con el 15% restante siendo reciclada directamente de las cisternas de sus inodoros. A medida que el sudeste asiático, turbulento por naturaleza, intenta crecer y emular los pasos de Singapur y su fórmula para el éxito, ya son muchos los que se refieren a Singapur como El milagro del Estrecho. Pero Singapur no es un milagro. Ni siquiera es un país con suerte, ya que nunca la ha tenido. La necesidad es la madre de todos los inventos, y han sido el sacrificio, preparación, el saber hacer y la determinación lo que ha llevado a Singapur al lugar en el que se encuentra hoy en día, siendo un claro ejemplo de que el conocimiento y perseverancia pueden llevar al individuo y al grupo a alcanzar todas las metas que se propongan. Ojalá muchos otros gobiernos supieran tomar nota.
Escrito por Ignacio M García-Galán
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